29 de enero de 2008

Viaje perverso

Subió al autobús con el gesto de desgana que marca la rutina del camino mil veces recorrido. Aquel viaje de seis horas por las oscuras carreteras de la meseta castellana se había convertido en un paseo demasiado habitual para lo que hubiera deseado, dada la escasa comodidad del trayecto.

Tras mostrar su billete al conductor se dirigió a su asiento de siempre, al fondo a la derecha, para aprovechar que poca gente se sentaba en esa zona en los viajes nocturnos y tener un poco de tranquilidad.

No había arrancado el autobús y ya había caído rendida sobre la ventanilla de su asiento. El ajetreo agotador de una ciudad a otra estaba acabando con su salud. Necesitaba dormir.

Le era imposible calcular cuánto tiempo llevaba durmiendo cuando aquella mano se posó en su muslo descubierto por el vuelo de la falda de hilo blanco. Abrió los ojos adormilada sin saber muy bien a qué se debía aquel calor tan cerca de su entrepierna. Y allí estaban aquellos ojos verdes. Tan verdes como la profundidad del mar. Igualmente magnéticos que ésta.

- ¡Tss! No digas nada, sólo disfruta - susurró aquella voz tan grave como sigilosa.

Jamás hubiera imaginado que accedería a algo así. No tenía ni la menor idea de dónde había salido aquel joven apuesto, cuyas largas y negras pestañas se enredaban sobre su mirada profunda. Sin embargo, no hizo nada para impedir que sus labios carnosos se posaran en su boca y le dieran de beber un licor que llevaba meses sin degustar. El licor dulce de la lujuria.

Eran los únicos pasajeros en la parte trasera del autobús, que recorría a toda velocidad aquella oscura carretera comarcal.

Mientras la besaba sin pronunciar una palabra, la mano de aquel desconocido de mirada hipnótica seguía avanzando entre sus piernas sin que ella hiciera nada por impedírselo. Su boca fue bajando de los labios al cuello, del cuello al pecho y, mientras su otra mano iba desabrochando uno a uno los botones de su ligera camisa blanca, sintió como su sexo se había convertido en mar para recibir el calor de aquellos dedos impúdicos.

Sus senos se dejaron acariciar con descaro, exultantes ante el roce suave de aquella lengua perversa, mientras el calor intenso se iba apoderando de su bajo vientre y su espalda se arqueaba deseosa de recibir más de aquel éxtasis fortuito.

De repente estaba totalmente abierta a los deseos de aquel misterioso y atrevido viajero. Sin separar su mano derecha de las profundidades de sus entrañas, sintió cómo con la izquierda la elevaba por la cintura y se deslizaba sigilosamente debajo de ella.

Imponente bajo sus nalgas notó cómo crecía el deseo de su amante desconocido, mientras el suyo propio viajaba ya a toda velocidad por las dunas del desenfreno. La humedad de su placer fue suficiente para que aquel miembro sediento de ella penetrara con decisión en su trasero, provocándole un espasmo que a punto estuvo de hacerla gritar.

En tan sólo un instante se vio cabalgando sin control sobre aquel mar de lujuria incontrolable, con las entrañas colmadas por la habilidad de aquel brujo de la pasión, y ahogando sus mudos jadeos bajo los dientes apretados sobre su labio inferior. Mientras, él, cual hábil mago, convertía en puro erotismo cada una de sus penetraciones en los dos pozos de su placer.

Durante varios minutos eternos, el autobús, la carretera, y el mundo entero a su alrededor, desaparecieron para convertirse en un vacío rojo e inmenso en el que tan sólo existían sus cuerpos bailando juntos, cabalgando sobre el silencio en un ascenso ultrasónico hacia los confines del paraíso.

Estaba al borde del alarido, cuando la mano izquierda de él, que hasta entonces se había deleitado en sus senos, se soltó para posarse sobre sus labios justo en el instante en que juntos comenzaban a tocar con los dedos los bordes del mismísimo firmamento. La realidad se convirtió entonces en torbellino, y un bucle de intensidad los transportó hasta lo más profundo de sí mismos para, desde allí, estallar en todas las direcciones del universo en un orgasmo que bien podía haberse apreciado como una supernova nunca vista entre las estrellas.

Y sintió cómo se deshacían en torrentes de agua, cómo se derramaban el uno en el otro, traspasándose hasta la última gota de vida que quedaba dentro de sus cuerpos, fundiéndose en un solo ser, un ser líquido e inmenso que a trompicones regresaba a la serena calma que llegaba tras aquella tormenta de sensaciones.

Con las piernas temblorosas y convertidas en un río de satisfacción, regresó lentamente al asiento que él desocupaba sigilosamente bajo sus nalgas. Apoyó nuevamente la cabeza sobre la ventanilla tratando de recobrar el aliento que a punto estuvo de perder definitivamente, mientras él con sumo cuidado colocaba las prendas de su ropa sobre su cuerpo, tal y como las había encontrado antes de su pérfido acercamiento.

Ella, incapaz de mover un músculo, se dejó acariciar suavemente el cabello mientras, nuevamente, se quedaba dormida en la misma posición en la que estaba antes de la aparición de aquella extraña visita.

Tres horas más tarde, el bullicio de la estación de autobuses la despertaba. Acababa de llegar a su destino. Desorientada abrió los ojos y buscó a su alrededor en busca de aquellos misteriosos ojos verdes. Pero, no estaban. Quizás tan sólo había tenido un sueño muy intenso, pensó mientras trataba de incorporarse, sintiendo aún el sofoco de la pasión en sus mejillas. Entonces, sobre su blanca falda de hilo, descubrió aquella rosa roja con un lazo del que pendía una nota escrita a mano.

"Hasta el próximo viaje, princesa. Búscame en tus sueños, que en ellos te estaré esperando. Asmodeo".

2 de enero de 2008

El nacimiento de Freya

Llevaba años vagando sin rumbo por mares de tinieblas y desesperación, ahogándome con el humo que empaña con secretos los susurros, suspirando sola en las profundidades de la oscuridad. Hasta que llegó ella. La encontré paseando en soledad por aquella playa mágica y tranquila. Me miró desde la distancia y sus ojos de fuego me colocaron ante su presencia en tan sólo un instante, atrayéndome como el hierro al imán en un acto de esoterismo que jamás había presenciado.

Frente a frente, sus ojos penetraron en los míos. Y me miró. Me miró por dentro y desentrañó mi alma.

- No te escondas más - me dijo.
- ¿Cómo no hacerlo si el mundo me condenaría a las llamas si me reconociera?
- No lo harán - me contestó -, no lo harán porque las llamas del mundo las controlo yo.

Y una enorme hoguera surgió ante mis ojos entre su cuerpo y el mío. Las lenguas de fuego alcanzaron el doble de mi altura y sus colores llenaron la noche con las imágenes de mis sueños.

- Entra - me ordenó y yo, en un acto de inconsciencia, penetré entre las llamas dejándome abrasar por su calor incandescente.

Pero, no ardí. Sólo ardieron mis fantasías. Los secretos de mis sueños se transformaron en tangibles y sentí cómo me quemaba el calor de la lujuria y la pasión ocultas durante siglos en mi mente.

Y me dejé enredar por aquel erotismo supremo que me rodeaba. Manos sin rostro recorrieron mi cuerpo desnudo una y mil veces. Penetraron en mí con caricias y besos sin nombre ni sello. Dedos de senda, lenguas ardientes, dientes, senos, falos, pieles... las más sublimes pieles del mundo, me sumergieron en un torbellino de sensaciones desconocidas hasta entonces.

Y de la suavidad de un climax manso, fui ascendiendo hasta el desenfreno de suspiros jadeantes. Y pedí más. Más. Más caricias, más besos, sentir cada vez más. Y sentí que me colmaba, que la pasión colmaba cada centímetro de mi ser hasta dejarme casi sin aliento.

Y grité de placer girando entre aquellas manos, aquellos brazos, aquellos cuerpos que eran sólo míos. Y grité mientras llegaban hasta el fondo de mis entrañas para hacerme perder el sentido y saciar hasta el último de mis deseos secretos.

Hasta que al fin estallé. La luz de mi alma estalló en mil pedazos y llenó la noche con destellos de roja pasión que cayeron incandescentes sobre la espuma de aquel mar embravecido por mis jadeos.

Desnuda, sudorosa, saciada de placer, abrí de nuevo los ojos lentamente y allí estaba ella.

- Ahora eres libre - me dijo -, libre para suspirar cuantas veces quieras y hacer suspirar al mundo con tus sueños.

Y envuelta en el humo de su hoguera, la bruja del mar desapareció ante mis ojos y un inmenso jardín de lujuria eterna apareció a mi alrededor surgido de su estela.

Un reino creado para soñar en libertad y hacer soñar las ilusiones más perversas a todo el que se atreva a mirar a través de mis ojos y dejarse poseer por mi alma. Este es mi reino, sí, el sensual reino de Serena.